Viaje a la ermita templaria de Río Lobos (y 3)

San Bartolomé de Ucero

Caminamos por el camino blanco entre sabinas con retorcidos troncos y también entre pinos negrales antaño resineros. Aunque el sol “pega” bastante, como dicen por estas tierras, la sombra de sabinas y pinos nos alivia sobradamente. Y, de pronto, ante nosotros, a unos doscientos metros, se abre una pradera y al final de la misma vemos la fachada sur de la ermita templaria.

Cruzamos el puentecito de madera peatonal sobre el río Lobos y, sin dejar de fijar la mirada en la ermita y su entorno, alcanzamos su portada gótica. Luego nos apercibimos que hay también elementos románicos. “Es un templo protogótico”, nos aclara el guía puesto por el párroco de Ucero.

Mis acompañantes –unos compañeros de la Facultad que me han acompañado- están maravillados. Yo también. No puedo negarlo. El paraje en el que está insertada la ermita conmueve a toda persona que tenga las puertas de la sensibilidad abiertas a la Madre Naturaleza, y la ermita, estéticamente es bella, pero es que, además, intuyo que estos capiteles del interior y los canecillos del exterior, así como el pequeño rosetón de los hastiales del crucero, deben tener diversos niveles interpretativos por lo que he leído. Sus figuras no deben ser interpretadas literalmente sino simbólicamente.

Me quedo absorto contemplando toda esta simbología. Me siento junto al viejo olmo y tras mirar el conjunto de la ermita me tiendo sobre la hierba plagada de margaritas mientras escucho el rumor del agua del río Lobos y unas voces que provienen de la Cueva Grande que hay enfrente.

Sí… Este sitio es especial. Tengo que volver, pero esta vez lo haré solo,  y casi al alba.

Autor del texto: Diego Almazán de Pablo (este texto es un reportaje para un trabajo universitario del curso 2010-2011 en la Facultad de Comunicación Audiovisual de Burgos). Publicado en el blog Templarios y Más.

Consejo de Soriaymas: complementarlo con lectura de libros templarios sobre la ermita de San Bartolomé.

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